Moja bieda: mi infortunio
La Compañía de Danza del Teatro de Alaró ofrece estos días en diversas localidades de Mallorca un espectáculo de danza contemporánea en la calle, homenaje a Chopin en la celebración del bicentenario de su nacimiento. La coreografía y la dirección corresponden a Carlos Miró, intérprete también junto a Manuela Marcé, en el que es un paso a dos con solos y silencios de poco más de media hora de estremecida duración. La presentación fue el viernes 9 en el Auditòrium de Sa Màniga de Cala Millor, programación especializada en danza, y las próximas representaciones, el sábado 17 en La Cruz de Santa Ponsa (Calvià), esta vez añadiendo la noche y los focos como elementos escénicos, y una siguiente cita para la noche especial que la población residente de la compañía –Alaró- prepara con el arte –AlArt-, algo así como la Noche en Blanco para una población de cinco mil habitantes, en la que este espectáculo encontrará dos ubicaciones distintas –siempre en la calle-, favoreciendo el recorrido de una noche de arte, exposiciones, música y encuentros nocturnos que preludia las fiestas locales; será la noche del 6 de agosto.
Tres elementos integran el espectáculo: el homenaje a Chopin; la música compuesta por éste en Mallorca, vínculo especial el que tiene con un lugar en el que se ensalza su obra y figura; no sorprenderá a nadie que me conozca mi teoría sobre la fuerza y la huella de la música compuesta en su estancia en Mallorca.
El tercer elemento que integra el espectáculo es descriptivo: un momento histórico de la vida de Chopin: el desencuentro amoroso con Maria Wodzinska, chica polaca de buena familia a la que conoció y trató durante su infancia y juventud gracias a las relaciones mantenidas con los hermanos Wodzinsky y a las visitas y estancias hechas a su casa de campo. Desde París establece relación epistolar pero su intento de que pase a ser formal y seria encuentra la negativa de la familia de ella, que a pesar de que ya da visos de ser un joven prometedor en el campo musical, sospechan en él una vida breve y físicamente difícil, como sucederá.
Con las palabras moja bieda: mi infortunio atadas con un lazo rosa guarda Chopin en un cajón las cartas de ella.
Este episodio es el que recrea el paso a dos de la Compañía de Danza del Teatro de Alaró presentado en el Auditòrium Sa Màniga de Cala Millor y que itinera este sábado a Santa Ponsa (Calvià) y en agosto a Alaró.
La representación que ofrecen Carlos Miró y Manuela Marcé es un espectáculo de danza contemporánea en la calle sin límites escénicos, utilizando como elementos escenográficos los que se encuentran en la plaza que simplemente delimitan para su uso con una cinta, pero únicamente ellos saben que contarán como tales. Para nosotros son una sorpresa: el árbol cuando se suban a él, o la farola, incluso el banco como punto de inicio; o la señal urbana donde resonará la bofetada de la ruptura...
Danza descriptiva de situación, de sentimientos, de encuentro de cuerpos y expresión de estados de ánimos, complementaria de la música de Chopin, todo conseguido mediante saltos, caídas, muchas caídas, y gran uso del suelo, en el que ruedan, parecen deslizarse –y eso que no hablamos de tarima, calle significa suelo sin preparar- y carreras para la descripción de la alegría, como quien va al encuentro de otro.
El paso a dos tiene una estructura clara en tres partes. Se inicia con una selección de breves piezas líricas de esas tan sublimes –como dice George Sand-, que son como pequeños pensamientos o estados de ánimo. Es una selección de los Preludios opus 28 en los que trabajó y concluyó en Mallorca, hecha por Carlos Miró, que acaba con el más famoso de todos ellos -también el único largo-, el número 15, conocido como de La Gota de Agua, cinco minutos de música con el inquietante ritmo ostinato chopiniano, que lleva a los bailarines a la ruptura amorosa.
Silencio para marcar un corte en la progresión. Se bailará este silencio, algo que es muy especial. Con el sonido de la Balada número 1 empieza una ensoñación. Amorosa. No importa ahora no ser correspondido; es el amor, y nos muestran en juego de danza, en juego a dos, todo lo que supone, hasta dónde llega la felicidad. Carreras, persecución, encuentros felices en un juego de roces, de síes y noes.
Pero no, no podía ser, y la realidad se impone. Ha escogido Carlos Miró un movimiento de la Sonata opus 35 compuesta también en Mallorca y que ha adquirido casi rango de pieza única: la Marcha fúnebre. La flexibilidad y la fortaleza de los cuerpos se pone a prueba. Tanto será el chico quien cargue a la mujer como al contrario, antes de que irremediablemente la realidad descriptiva de la coreografía les separe. El rodará, llegado su fin, por el suelo, de todas las maneras que nos podamos imaginar –y alguna más- hasta que la despedida de los cuerpos sea clara e irremediable. Ha llegado el fin.